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Las protestas de Los Ángeles, la última piedra en el camino del Mundial de Clubes más rico de la historia

Diez años después de que Gianni Infantino se convirtiera en presidente de la FIFA y fijara como gran objetivo el torneo intercontinental, librando duras negociaciones con la UEFA, llega el evento que dará 1.000 millones de dólares a los participantes

Un hombre grita, megáfono en mano, durante una protesta frente al Ayuntamiento de Los Ángeles.
Ladislao J. Moñino

A tres días de arrancar el millonario Mundial de Clubes que la FIFA organiza por primera vez con una docena de clubes de la plana mayor del fútbol europeo, seis sudamericanos también de alta alcurnia y con algunos de los equipos más notables del resto de confederaciones, la constancia del rotor de los helicópteros y el espasmódico titilar y sonar de las sirenas policiales ambienta la concentración del Atlético de Madrid en el hotel Conrad, anclado en el centro financiero de Los Ángeles. El primer aviso del segundo día del toque de queda que entra en vigor desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana irrumpe en los dispositivos móviles a las 19:12 minutos.

Desde la expedición rojiblanca aseguran que se mantendrán en su cuartel general mientras la ausencia de peligro real esté garantizada, como así ha sucedido hasta el momento. Los de la seguridad privada del Atlético desplazados a la ciudad angelina han recibido de las autoridades locales la garantía de que no existe riesgo de que los disturbios y el vandalismo que han estallado en paralelo a las protestas contra la política migratoria de la istración Trump pueda causar daño alguno en su estancia. El Atlético, que debuta el domingo en el simbólico Rose Bowl de Pasadena ante el PSG, vigente campeón de Europa, eligió su campo base fijo en Los Ángeles porque regresará para cerrar la fase de grupos el 25 de junio con el Botafogo tras disputar tres días antes el segundo encuentro de la fase de grupos en Seattle contra el conjunto local.

Protestas en Los Angeles

El avispero aéreo y el que se ha manifestado en las calles se suma ahora a las dificultades que tuvieron que superar la FIFA y su presidente Gianni Infantino para sacar adelante el proyecto de un torneo impulsado por los vectores de la atracción competitiva y los 1.000 millones de dólares que distribuye por participar y en premios, con los entre 120 y 140 millones de euros para el ganador como cifra estelar. Este Mundial de Clubes que aspira a asentarse como la competición de clubes planetaria más trascendente, convive en Los Ángeles con el estallido de uno de los grandes retos de la sociedad mundial como es la inmigración.

El miércoles ha sido el día más tranquilo desde que comenzaron las algaradas el pasado fin de semana. Sin embargo, el toque de queda permanece y los focos de los helicópteros reflejando en las cristaleras del rascacielos de Deloitte que en la noche del martes evocaban a secuencias de Blade Runner o el empoderamiento con el que parecen rugir las Harleys en las avenidas se han colado en el día a día de una competición que Infantino tenía proyectada como una de las grandes banderas de su mandato desde que accedió a la presidencia de la FIFA en abril de 2016. El propósito del dirigente ítalo-suizo era aumentar la presencia y los ingresos del organismo rector del fútbol mundial, ceñidos hasta ahora a la disputa de la Copa del Mundo de selecciones cada cuatro años.

La policía, sobre el terreno y desde el aire con un helicóptero, vigilan la calle durante la noche en Los Ángeles.

En esta primera edición la FIFA apenas hará caja porque ha invertido la mayor parte de los 2.000 millones de dólares recaudados ­—procedentes mitad y mitad de los derechos de retransmisión y los acuerdos comerciales— en la organización del torneo y en los jugosos premios. Los clubes europeos se llevan el trozo más grande de la tarta. Según la información a la que ha tenido EL PAÍS, es el Manchester City el club que más cobra de inicio por participar, 33,6 millones de euros por delante del Real Madrid, 31,4. La FIFA también ha destinado 200 millones a solidaridad con las partes más bajas de la pirámide mundial de fútbol. La maniobra maquilla esa primera intención recaudatoria y el mantra que repite la FIFA desde meses atrás es que los beneficios son exclusivos para los clubes participantes.

Infantino deberá encontrar más recursos en las próximas ediciones que le permitan llenar las arcas de la entidad que preside como hizo cuando ocupaba la secretaría general de la UEFA. Suyo fue el exitoso modelo de Champions League que este curso ha sido reemplazado por el nuevo formato y también la Nations League, que aumentó los ingresos televisivos para las federaciones al acabar con los amistosos y vender los derechos de manera conjunta.

Con la vitola de convertir los torneos bajo su supervisión en máquinas de hacer dinero, Infantino es consciente de que la Champions que ideó también ha generado grandes diferencias entre los clubes que participan con asiduidad en la gran competición europea y los que se han descolgado de ese primer vagón económico. Por ello, en su mandato en la FIFA ha elevado las cantidades destinadas a la redistribución de la riqueza generada por la Copa del Mundo y ahora la de este Mundial de Clubes a las confederaciones internacionales y a las federaciones nacionales.

Manifestantes frente a un coche en llamas, en Los Ángeles.

Las negociaciones más espinosas para sacar adelante el torneo fueron desde el principio con la UEFA, que interpretaba el Mundial de Clubes como una amenaza para los ingresos de la Champions. También afloraba de fondo las malas relaciones entre su presidente Alexander Ceferin y Gianni Infantino, con episodios como las fuertes críticas del esloveno a la inclusión del VAR en el Mundial de Rusia de 2018, aunque solo seis meses más tarde se aprobó su uso para las competiciones de clubes europeas. La confederación sudamericana (Conmebol) también fue en un principio una aliada de la UEFA, que se negaba a que sus clubes participantes rebasaran la media docena.

Infantino, por su parte, encontró desde el primer momento el apoyo de Florentino Pérez. Este se fue a la ventanilla de la FIFA tras recular Ceferin en seguir la hoja de ruta de que marcaba el presidente del Real Madrid para instaurar un modelo de Champions más cerrado con el apoyo de los clubes de la Asociación Europea de Clubes (ECA) que luego se sumaron y renunciaron a la Superliga, principalmente por las revueltas callejeras en Inglaterra ante la ausencia del mérito deportivo para acceder a ella en el primer proyecto presentado. Infantino ejerció de padrino, en la misma sede de la FIFA en Zúrich, de la creación de la Asociación Mundial de Clubes. Por entonces, ya cobró mucha fuerza la idea del torneo que da comienzo el sábado en Miami.

La oposición de la UEFA obligó a Infantino a poner encima de la mesa la posibilidad de que la disputa de la Copa del Mundo fuera cada dos años. El órdago fue un farol, pero el mandamás ítalo-suizo hizo saber que podía tener cartas para jugarlo y ganarlo. Encargó encuestas sobre la aceptación de ese nuevo periodo bienal para la disputa del Mundial de selecciones, puso como cabeza visible para ejecutar el proyecto a Arsène Wenger y aireó la certeza de que podía sacar adelante una hipotética votación en un Congreso de la FIFA.

La UEFA y la ECA, presidida por Nasser Al-Khelaifi, terminó por aceptar 12 clubes. El Madrid negoció por su cuenta su caché por participar y los otros 11 clubes estuvieron liderados por el presidente catarí del PSG. La Conmebol también plegó armas y el Mundial de Clubes con más cartel de la historia y con más gancho pecuniario se oficializó con el potencial mercado que ofrece Estados Unidos y el resto de América para sus participantes. Puesto en marcha a partir del próximo sábado, los partidos del Monterrey en Los Ángeles, serán una buena prueba para saber si de la mezcla de fútbol y revueltas sociales no resulta un cocktail explosivo.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.
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