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El mejor carril bici de Barcelona (y no es un render)

En una ciudad donde cada novedad se debate y disecciona al milímetro, hay una vía ciclista cojonuda... y ni mu

Carril bici de Barcelona
Clara Blanchar

Poco se ha hablado del carril bici de la Diagonal de Barcelona, entre Girona y Glòries. En una ciudad donde el rediseño de una baldosa puede abrir secciones de los periódicos, donde cada novedad se disecciona en las tertulias de la radio, hemos estrenado un carril bici “cojonudo”… y ni mu. En breve cumplirá un año. Se adelantó unos meses a la puesta en marcha de la prolongación del tranvía. Mide entre cuatro y cinco metros de ancho, un lujo, una autopista ciclista. Lo malo es que la alegría solo dura dos kilómetros.

Alicientes, muchos. Uno, el ancho, ya citado. Dos, el desnivel de bajada cuando se va en dirección Besòs. Un divertimento con clímax en el tobogán que es el tramo de Marina a Lepanto. De subida, el repechón obliga a tirar de marchas cortas, pero oiga, nada fuera del alcance de cualquier ciclista urbano. Tres, la vegetación que lo flanquea en buena parte del trazado (veremos en verano sigue ufana). Súper instagrameable. Cuatro, bajar con el tranvía de compañero, un medio de transporte que nos da aires de país civilizado: si vas a toda leche, con los vagones al lado, te acuerdas de Ernesto, el chaval de la peli Un lugar en el mundo que entrenaba a su caballo galopando junto a un tren hasta ganarle.

Cinco, los sucesivos puntos de interés, edificios o vistas dignas del poderío que Cerdà quiso dar a la Diagonal cuando imaginó el Eixample. Levantando la cabeza, el monumento a Mossèn Cinto Verdaguer y el cartel luminoso del búho, icono vintage, en su día imagen de Rótulos Roura, que lleva medio siglo vigilando el cruce entre Mallorca y paseo de Sant Joan. Un poco más abajo, a la izquierda, la casa Planells (esquina Diagonal Sicilia), con sus balcones curvados que vuelan, obra del arquitecto Jujol, discípulo (y más discreto) de Gaudí. Otro poco más abajo, a la derecha, la maravilla del final de la calle Marina, flanqueada por nuestras torres gemelas (torre Mapfre y Hotel Arts). Es una clase de “Así se colmata una calle que acaba en el mar, y de paso rematas el sky line”. Y al fondo, guste más o menos, la torre Glòries, de Jean Nouvel.

El carril bici también viene con placeres ciclistas poco confesables. La alegría de ver de cara seis carriles de coches de la calle de Aragó parados en el semáforo esperando que pasen bicis y patinetes. O constatar que el tráfico la Diagonal se interrumpe a la misma altura, después de la rehabilitación de la escuela Ramon Llull, de los años veinte del siglo pasado, y con dos edificios gemelos, en origen para chicos y chicas.

El carril también tiene peros. En varios cruces, la señalización o es insuficiente o no se entiende. Hay semáforos a izquierda y derecha, grandes y pequeños, y a veces dudas. Pero paras, porque tanto si subes como bajas, tienes coches en todas direcciones y no es cuestión de que te arrollen. También intersecciones donde durante un buen rato está rojo para las bicis y rojo para los peatones, que se miran con cara de “ni tu ni yo”. La lástima es que, tras el divertimento, llegas al flamante parque de Glòries, lo cruzas, y plas, el enlace para retomar la Diagonal no está resuelto.

No es perfecto, vale. Pero es divertido, grande y muy utilizado. Y no es un render, aquellas imágenes virtuales de las reformas urbanísticas armónicas y ausentes de conflicto, con zonas verdes, ni un papel en el suelo, familias de aspecto saludable que parece que se llevan bien… y bicis.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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