El ataque israelí sobre Irán revive el pánico en el mundo petrolero
Las infraestructuras energéticas del tercer mayor productor de la OPEP siguen intactas, pero un potencial cierre del estrecho de Ormuz sería letal

La tranquilidad relativa con la que discurría el mercado petrolero en 2025 es historia. El ataque israelí sobre Irán, titular de las terceras mayores reservas de crudo del mundo, ha desatado el pánico: no tanto por los daños en sí —nulos en pozos y refinerías, según Teherán—, sino por un potencial cierre del estrecho de Ormuz, por el que pasa casi la cuarta parte de los barriles que se consumen el mundo.
Primero, los hechos. La subida del Brent, el barril de referencia en Europa, llegó a ser de doble dígito la madrugada del jueves al viernes, cuando aún no se conocía el alcance de la ofensiva. Una escalada sin precedentes desde los peores días de la invasión rusa de Ucrania, en 2022. Está claro que el efecto [del ataque] sobre el precio del petróleo es alcista. La cuestión clave ahora es saber si afectará o no a la oferta”, esboza Richard Joswick, analista de S&P Global Commodity Insights, que recuerda, no obstante, que en las últimas escaramuzas entre Israel e Irán, el precio se disparó en un primer momento para luego —cuando el mercado constató que no iba a tener impacto sobre las exportaciones regionales de crudo— relajarse.
No es de extrañar que el mundo petrolero esté escrutando al milímetro este enésimo, aunque peligroso, choque entre potencias en Oriente Próximo. Cuando más tranquilo parecía todo, con el precio del barril perforando en los últimos meses mínimos de cuatro años, la noticia ha hecho saltar las alarmas en los principales centros de decisión del sector fósil.
“Estamos monitorizando activamente el impacto”, reconoció el jefe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Fatih Birol, pocas horas después de que los primeros proyectiles israelíes golpeasen sus objetivos en Irán. “Los mercados siguen estando bien abastecidos, pero estamos listos para actuar, con nuestras reservas de emergencia, si es necesario”.
Sabido ya que el ataque israelí de madrugada, el mayor que se recuerda sobre Irán, no ha hecho mella en la capacidad petrolera del tercer mayor productor de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que pone en el mercado entre 3,5 y 4 millones de barriles cada día, la gran incógnita ahora es cómo responderá Teherán. Si su réplica quedará, en fin, acotada o si, herido en su orgullo por una ofensiva que ha dejado al descubierto sus vulnerabilidades, tomará medidas mucho más drásticas.
Qué hará Teherán
Ese segundo escenario sería el más problemático para los países importadores de petróleo y gas, con Europa y Asia a la cabeza. Las opciones son básicamente dos: que Irán ataque otras infraestructuras energéticas de la región, como ya hizo en Arabia Saudí en 2019; o que vaya un paso más allá y cierre el estrecho de Ormuz, la única salida posible para el crudo y el gas de varias petromonarquías del golfo Pérsico, como Emiratos Árabes Unidos, Kuwait o Qatar.
“Si Irán opta por un ataque mesurado, como en anteriores ocasiones, los mercados energéticos se calmarían”, confía Jorge León, vicepresidente y jefe de análisis petrolero de la consultora noruega Rystad Energy, en conversación con EL PAÍS. Cree “poco probable” un golpe a infraestructuras petroleras de otros países de la región, como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos. Por dos razones. Primero, dice León, porque Estados Unidos —pese a la advertencia del presidente Donald Trump, este mismo viernes, de nuevos ataques “aún más brutales” si no pacta sobre su programa nuclear— se ha desmarcado de los bombardeos israelíes. Segundo, porque el resto de vecinos del Golfo —muchos de ellos históricamente enfrentados a Irán, pero que en los últimos meses han mejorado sustancialmente su relación diplomática— han condenado sin paliativos la ofensiva.
La alargada sombra de Ormuz
Una escalada que llevase a Teherán a cerrar por completo el estrecho de Ormuz sería, en cambio, explosiva para el mercado petrolero. En ese escenario, solo un país de la región —Arabia Saudí, el mayor exportador de crudo del planeta— tendría capacidad para dar salida a su producción. Y lo haría solo en parte: podría poner en el mercado unos cinco millones de barriles diarios, la capacidad máxima del oleoducto Este-Oeste, construido a principios de los ochenta, durante la eterna guerra entre Irán e Irak. Es decir, casi la mitad de la producción del país petrolero por antonomasia quedaría fuera del mercado, disparando los precios.
Teherán, no obstante, tendrá que pensar muy bien sus próximos pasos. Si cierra Ormuz, sus 67.000 millones de dólares (58.200 millones de euros) anuales de ingresos petroleros se verían seriamente comprometidos. Algo así como la quinta parte de su PIB, que se dice pronto. Desaparecería, de un plumazo, su principal fuente de divisas. No solo eso: supondría, también, renunciar a sus también milmillonarias exportaciones de gas natural, un mercado en el que tiene un peso relativo incluso mayor: es el tercer mayor productor del planeta. Solo un coloso energético, Rusia, supera a Irán en reservas probadas de este combustible.
China, comprador casi único
China es el mayor y prácticamente único comprador del petróleo iraní. De salir del mercado parte de su producción, el segundo país más poblado del mundo tendría que buscar ese crudo (y sus derivados) en otros países del Golfo —suponiendo que el estrecho de Ormuz se mantiene abierto— o incluso en otras latitudes. Este movimiento recolocaría las piezas del puzle petrolero y, según advierten algunos analistas, podría llevar el precio al entorno de los 100 dólares por barril tres años después. Muy por encima de los apenas 75 dólares actuales.
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