Nuria Val, en su refugio del Delta del Ebro: “Aquí idealizamos la idea de poder ser autosuficientes”
Directora creativa, cofundadora de la firma de belleza Rowse y Mango Girl, Nuria Val ha construido un refugio para su familia en el Delta del Ebro que es una oda a la vida lenta, donde elaboran su propio aceite de oliva con el respeto por el entorno como máxima


Buscaba un lugar fuera del tiempo, donde vivir el momento. Y lo encontró. Por pura casualidad. Fueron los caminos de ronda de la costa catalana los que llevaron a la empresaria Nuria Val (Barcelona, 37 años) a descubrir el Delta del Ebro. El fotógrafo Coke Bartrina, su marido desde 2023, y ella estaban haciendo un reportaje sobre esos senderos y cuando llegaron a esta parte del sur de Tarragona sintieron que tenían que echar raíces allí. Nunca habían estado en la zona, aunque viven en Barcelona, a apenas dos horas en coche. “Al llegar vimos a un montón de gente saltando de una roca, nos gustó el ambiente. Empezamos a recorrer las playas y nos pareció precioso y poco explotado. Los pueblos no son como los de la Costa Brava, pero tienen el encanto de lo íntimo, las playas son pequeñitas y estás prácticamente solo. A partir de entonces empezamos a venir cada verano y no paramos hasta que encontramos esta casa”, explica por videollamada, refiriéndose a L’Oliveta, un edificio blanco con porche y chimenea, de líneas rectas y con tejas de barro naranja enclavado en medio de un olivar. Es su refugio creativo y en esta ocasión lo ha utilizado como lienzo en blanco para experimentar con la nueva y ampliada colección de Mango Home: desde textiles a cristalerías artesanas o prendas para estar en casa y relajarse. Su relación con la firma, de la que es embajadora, nació en 2017: “Fue una de las primeras marcas que confió en mí, en mi visión y en mi persona”.

Val, directora creativa y cofundadora de la marca de belleza natural Rowse (que creó hace siete años junto a Gabriela Salord), empezó a trabajar como modelo muy joven, con 17 años, entre sesión y sesión se pasó al otro lado, comenzó a hacer fotografías. “Ser modelo nunca fue una pasión, fue más bien una herramienta para poder viajar y visitar sitios, inspirarme”, argumenta, “entonces estaba muy sola, no había internet en el móvil, y esa soledad ayudó a que despertara la curiosidad por muchas otras disciplinas, como las fotos. Yo tenía una cámara y documentaba como un diario personal lo que iba viviendo. Incluso cuando empezó Instagram era todo supernaíf, no había una intención como puede haber ahora con la gente más joven, que ya sabe que es una profesión”. Muchos la conocen por esa cuenta que nació a modo de diario, @frecklesnur, y que ahora suma más de 300.000 seguidores. En ella muestra sus viajes y plasma su gusto estético, relajado y de aires mediterráneos, que se refleja en cada rincón de L’Oliveta.

“Viajo mucho por trabajo y siempre he tenido esta sensación de necesitar un lugar donde reencontrarme, desconectar e inspirarme”, explica. Cuando en 2018 adquirió la finca, de dos hectáreas y llena de olivos y algarrobos, “parecía un bosque”, recuerda. “Nos aventuramos a comprar una ruina sin electricidad ni agua, ahora lo pienso con perspectiva y no hubiera comprado una finca que llevaba 30 años abandonada”, ite. Aunque eso les permitió darle forma, aplicar sobre el terreno una filosofía de vida: “Aquí idealizamos la idea de poder ser autosuficientes. Tenemos placas solares, un tanque de agua... Esta sensación da mucha libertad, no dependes de nada más que de los recursos que ofrece la naturaleza. Me gusta que mi hija sea consciente de esos recursos, cuando estamos aquí es un cambio de chip”. La pequeña tiene tres años y se llama Olivia; “ella cree que la casa se llama L’Oliveta por ella, pero es al revés”, dice entre risas Val.

El olivo y el aceite son el hilo conductor de la casa, de su vida (uno de los productos más populares de Rowse son precisamente sus aceites faciales). Cada año, a finales de octubre, Coke y Nuria reúnen unos días a familiares y amigos para recoger las aceitunas con las que producen su propio aceite, Oli de L’Oliveta. “Las recogemos temprano, cuando la oliva está muy verde, porque aunque es cierto que sale menos cantidad, el aceite es mucho más bueno. Nos salen unos 800 litros de aceite, regalamos una parte y vendemos otra, de variedades morruda y sevillana, y este año queremos plantar arbequinas”, cuenta con entusiasmo. Con paciencia y tiempo han convertido “el bosque” en una plantación en activo con 150 olivos y un centenar de algarrobos, que venden “para fabricar cacao y cápsulas de medicamentos veganas”.

Buscaron recuperar el terreno, respetando lo que el lugar pedía: “Por ejemplo, para el jardín seguimos las ideas del jardín seco del paisajista Olivier Filippi, que tiene esta teoría de que el jardín es autosuficiente después de pasado un año. Se hacen riegos profundos el primer año, cada 15 días, para que la raíz de las plantas crezca hacia abajo y no quede en la superficie, como cuando hacemos el riego normal. Y esto hace que las plantas se agarren mejor al suelo y se autorregula. No lo hemos vuelto a regar desde el primer año. Hay plantas que han sobrevivido y otras que no, pero no estamos forzando nada que no sea apropiado al clima”.

La misma máxima guio la reforma de la vivienda. Para hacerla, Val confió en el estudio de interiorismo barcelonés Conti, Cert, creado en 2011 por Andrea Conti e Isa Cert, que también dieron forma a su apartamento del barrio de Gràcia en Barcelona. “De sus reformas me gusta que son hogar. Desde el primer día que entras lo sientes como cálido, vivido”, señala Val, “y queríamos una reforma que entendiera el paisaje, respetara los materiales pero se sintiera una casita”. Recuperaron materiales, recurrieron a artesanos de la zona para que todos los elementos tuvieran una lógica en el lugar: “El suelo lo hicimos con unos artesanos de aquí que hacen la cerámica a mano una a una, fuimos a ver todo el proceso, unos marmolistas que están a 20 minutos nos hicieron unas piezas de mármol increíbles, las teulas [tejas] de barro del techo venían de otras casas... Hemos querido que sea sostenible, pensando en el entorno, que es un clima seco, y siendo conscientes de que hay recursos limitados. Hemos intentado adaptarnos nosotros al entorno, no al revés”.

Ahora está poniendo a punto una barbacoa exterior. “Estos días hemos estado haciendo mantenimiento de la casa, en verano nos levantamos y arreglamos el jardín, cocinamos mucho, vamos a la playa en bicicleta, vamos al Delta a ver pájaros... Es un estilo de vida que se siente muy sano”. Junto a materiales tradicionales, en la vivienda hay piezas de diseño, como una lámpara de Miguel Milá. La mezcla es clave, y aporta versatilidad: “La casa en sí, como son materiales muy nobles, se mantiene bastante sencilla, y eso nos permite explorar mucho con la decoración y añadir colores. Tenemos piezas más frías, como las estanterías, pero luego puedo añadir unos platos pintados a mano de Mango Home o un mantel. Es como vestir, ¿no? Te vistes en función de cómo te sientes y añades colores o patterns, depende de tu estado de ánimo. Para mí la decoración es un poco lo mismo. Me siento muy cómoda cuando estoy rodeada de colores, de formas. Me aportan mucho bienestar”.

Los recuerdos de sus viajes por el mundo, que cuentan historias, se integran en ese minimalismo mediterráneo. Cada detalle decorativo importa: “Hay lámparas que tenemos desde siempre, nos dan una sensación de intimidad”. Ella misma se lanzó hace una década a hacer cerámica, de forma manual, sin torno. “Me apunté a clases para desconectar del trabajo y llegué a hacer una colección de tazas y platos que se vendió muy rápido”, recuerda, “creo que la cerámica es algo que usamos todo el rato y esos objetos tienen un valor especial. Me gustan los objetos que te hacen feliz, una taza para beber tu café o una bandeja para presentar algo, una tabla de cortar bonita...”.

Poner la mesa es todo un arte, reconoce, y una muestra de cariño: “Siempre cojo flores y hago un ramo, una mesa bonita para recibir a gente la siento como una ofrenda, me parece que compartes algo muy bonito”. Acaba de realizar un curso de cocina en Sicilia “para aprender a hacer pasta, a los pies del volcán Etna” e innovar en su recetario y no quiere dejar de aprender sobre alimentos y bebidas. De momento no tiene huerta, pero crear una es uno de sus propósitos. “Además me encantaría explorar todo el sector del vino natural, de los viñedos. Es algo que creo que va mucho con el aceite. Nuestro sueño siempre ha sido tener un pequeño hotel, una residencia donde acoger gente y compartir nuestra visión...”, avanza sus planes de futuro, “creo que en el Delta del Ebro un proyecto así encajaría muy bien”.

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